Rojo, caliente y dulzón

por Janis El-Bira
Versión en español por Margarita Borja

Heidelberg, 14 de febrero de 2017. Cuando a uno lo reciben desde el escenario con un “¡Bienvenidos al teatro!” uno empieza a temerse lo peor. Como si uno no supiera ya que se encuentra en el teatro y que los de allá adelante están iluminados mientras nosotros acá, en la oscuridad, milagrosamente también resultamos visibles. Insistir en recordarnos este acuerdo fundamental de todo teatro es casi tan necio como recordarle al comensal en un restaurante que aquello que tiene sobre el plato es comida.

Tomárselas contra el propio oficio

Costa Rica participa en el Festival con la obra “Algo de Ricardo”. Cuando hoy en día todavía vemos a un actor actuando ser él mismo (mientras interpreta a Ricardo III de Shakespeare) lo primero que se nos despierta es el reflejo de huida. No solamente porque vemos brillar desde el inicio ese “Bienvenidos al teatro” sobre una pantalla que ocupa todo el escenario sino porque el protagonista de este One-Man-Show, Fabián Sales, arranca con la siguiente introducción: la velada transcurrirá en español con supertítulos, de cuando en cuando se invitará al público a participar, afuera les esperan libros de visitas para que cada uno pueda escribir si le ha gustado la obra.

De aquí en adelante debemos hacer acopio de toda nuestra capacidad de tolerancia ante los numerosos standards teatrales y metateatrales. Llueven además las pedradas contra el propio oficio: los directores acartonados que insisten en preservar la pureza de su Shakespeare y no permiten que se eche a perder un solo acento en sus pentámetros yámbicos, los compañeros de elenco que han dejado de ser actores para convertirse en teatreros a quienes se ha enseñado a hacer de todo un poco, los dramaturgos que insisten en irse por las ramas, lo cual parece sin embargo caerle como anillo al dedo a la obra. Sales los deja pasar y convertidos en enormes sombras hablar ante la pantalla. Ante ellos está él, Sales, el Midas de la historia con su dedo envenenado, transformándolos no en oro sino en polvo, a todos y todo lo que toca. Con todo se va contra todo y así puede coronarse él como único rey en el reino del arte teatral que ha vuelto a ennoblecer. Su trono, está claro, es la silla del director. Su modelo a seguir, en cuyo ser se ve reflejado, naturalmente el Richard de Shakespeare.

Un monólogo como sangre espesa

La hipoteca que pesa sobre esta velada, con toda su previsibilidad y meta-bodrios, resulta apabullante. Pero sorprendentemente, “Algo de Ricardo” no colapsa ante ese peso: Fabián Sales cambia las tonalidades y temperaturas de las distintas capas de la representación con tanta destreza que uno se deja envolver rápidamente por su arte actoral. No está terminando de deconstruir el “now” de la famosa frase introductoria de Richard cuando ya nos está explicando la enredada genealogía de los Yorks y Buckinghams para entonces introducirnos en el monólogo de la reina Margaret: camina entre el público que escucha la sangre espesa manando de su boca. Entonces se torna una entretenida matiné o teatro íntimo de café: atmósfera de luces rojas, caliente y dulzón. Entre ese curso introductorio de estética de la recepción, ese delirio de grandeza teatral, el pathos y las pelucas empolvadas, Shakespeare baja a los fondos del kitsch y el camp, lo cual no significa que “Algo de Ricardo” no resulte un guilty pleasure al que uno no pueda entregarse con gusto.

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