"Hamlet" en la prensa

“Hamlet” es un pozo sin fondo. Es posible que los directores recurran una y otra vez a las desventuras del príncipe de Dinamarca porque en cada línea se abre una inesperada veta de significado para explotar su propia mina escénica. Y no sólo con el universal “ser o no ser”, aunque esta sea también en parte la llave del montaje de la peruana Chela de Ferrari con un reparto formado por personas con discapacidad cognitiva. Intérpretes con síndrome de Down que hacen de su presencia en el escenario un acto de reivindicación de la diversidad del género humano. Primer aviso: aquí quien se adapta a otra manera de hablar, moverse, de entender el tiempo, es el público. Las cosas claras desde el principio. En este encuentro no hay espacio para la pena o la incomodidad.

Juan Carlos Olivares, Recomana

Para montar “Hamlet” se ha necesitado de una larga e intensa preparación [...] “Hacer ‘Hamlet’ es definitivamente una provocación –dice De Ferrari–. Aquí usamos la obra, usamos las frases, los monólogos que nos convienen y los amarramos con la vida de los actores, con sus experiencias. Es una obra testimonial que se trenza con ‘Hamlet’”. En efecto, lo que se ve en escena es a siete chicos con síndrome de Down y una con discapacidad intelectual, mostrando sus sueños y temores. [En una] escena, tres actrices toman papeles y cuentan qué es lo que les gustaría hacer o vivir. Una está enamorada de un neurotípico, un francés al que conoce por Internet. Otra es independiente, paga su luz y su agua. Otra desea ser mamá, acariciar a su hijo y darle de lactar. También hay espacio para hablar de las malas experiencias, como el maltrato que algunos sufrieron en el colegio. Es entonces que la figura de Claudio, el traidor que quiere acabar con la vida de Hamlet, cobra mayor importancia. “De alguna manera, Claudio somos todos –sentencia De Ferrari–. Nosotros somos aquellos que le impedimos ser, somos los que usurpamos su corona. Ahí estamos nosotros, a menos que queramos hacernos cargo de esa realidad”.

Juan Diego Rodríguez Bazalar, El Comercio



 

 

 




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