Quizá somos nosotros quienes debemos cambiar

Por Leonard Haverkamp

Traducción al español por Margarita Borja

Heidelberg, 10 de febrero de 2024. ¿Cómo seguir hablando del pasado? ¿Cómo salvar del olvido las atrocidades cometidas por las dictaduras militares y cómo salvarse de las nuevas formas de barbaridad política? ¿Qué puede hacer el arte ante todo esto? 

En el último día del festival, en el panel de discusión “Dictadura y Teatro” se hicieron presentes varios “elefantes en la habitación”. Pero tampoco aquí, como en el primer panel sobre el exilio, se logró generar un debate dinámico. Hubo, sí, mucha información, muchas opiniones similares por parte de los panelistas. Al final, no se llegaron a contestar del todo las grandes preguntas, quizá justamente porque no hay respuestas o soluciones simples, o porque necesitamos demasiadas palabras reflexivas mientras que a los populistas como Milei les bastan los eslóganes. Las situaciones de los cuatro países representados (Brasil, Chile, Argentina y Uruguay) son tan complejas e incluso distintas unas de otras que resultan inabarcables.

A veces los ponentes se estancaban en un punto y se alargaban de más en una sola respuesta. Todo lo dicho era traducido simultáneamente por un equipo de intérpretes cuyo admirable trabajo derribó las barreras lingüísticas y está en el corazón que hace posible el festival. A la moderadora alemana Susanne Burkhardt (como ya le había sucedido a Bettina Sluzalek en el panel anterior) le fue imposible interrumpir para inquirir, redirigir, dinamizar el diálogo. 

Después de casi duplicarse el tiempo previsto (también a causa de las enrevesadas preguntas de los asistentes), la cabeza da vueltas. Pero aprendimos muchísimo, especialmente los que como alemanes no estamos tan familiarizados con las historias y los varios aspectos de las situaciones de estos países sudamericanos.

Problemas en común

En Chile, a pesar de las esperanzas nacidas con el actual gobierno, también hay mucha frustración. La nueva Constitución que se propuso no alcanzó una mayoría. Y una serie de eventos para recordar a las víctimas del Pinochetismo se encontraron con una sociedad indiferente que prefirió reír en salas llenas ante una sátira que se burla de Pinochet y Allende por igual. Y qué decir de Argentina donde el presidente Milei es de esos que niegan o minimizan las atrocidades de las dictaduras. Los creadores y gestores culturales argentinos temen recortes drásticos de presupuesto. Su única esperanza yace en el hecho de que el autodenominado anarco-capitalista no tiene mayoría en el congreso.

Algo parecido vivieron los artistas brasileros en la época de Bosonaro. Ya entre 1964 y 1985, durante la dictadura militar, fueron víctimas de la censura. Y con Bolsonaro, quien ya antes de ser electo difundió la idea de que se trata de vagos que viven a costa del Estado, era obvio que llegarían los recortes de presupuesto. Así lo recuerda Rafael Steinhauser, director del festival de teatro más importante de Brasil, el MIT. Pero la mayoría de apoyo al arte en Brasil proviene de instituciones privadas donde Bolsonaro no podía intervenir. En todo caso, tanto Bolsonaro como Milei llegaron al poder elegidos por el pueblo, algo que más allá de deprimir lleva a los artistas teatrales y gestores culturales a preguntarse: ¿por qué no estamos llegando a más gente?, ¿por qué no hemos sido capaces de transformar positivamente a nuestras sociedades? 

Nuevas formas de conexión

¿Puede el arte hacer algo para contrarrestar esta situación?, pregunta la moderadora. Y en las respuestas resuena sobre todo una cosa: el anhelo de nuevas formas de conexión. Se menciona por ejemplo cómo los evangélicos en Latinoamérica han aprovechado esa sed de la gente de sentirse vinculada con otros, de ser parte de una comunidad, y una vez que la crean la conducen hacia caminos políticos de derecha. La curadora chilena María José Cifentes se pregunta cómo volver a generar empatía por las causas liberales pues décadas de teatro de denuncia de agravios parece haber alejado a la gente, frustrándola, o parece haber cansado a un público que va cambiando la empatía por la apatía. 

Los participantes del panel también estaban de acuerdo en la urgencia de preguntarse cómo hacer frente a la disminución del público, algo que sucede a la par en Latinoamérica y los países de habla alemana. Para seguir siendo relevante para amplios sectores de la población, o para volver a serlo, es necesario acercarse a la gente y escuchar, además de dejar de ser tan alérgicos a la tecnología y el entretenimiento. El actor chileno Sébastian Pérez Rouliez cuestiona el ideal del teatro académico y piensa en formas más populares de teatro. “Quizá tengamos que cambiarnos a nosotros mismos antes de intentar cambiar a la sociedad", afirma, y va más allá: nos invita a preguntarnos por qué las obras que denuncian el extractivismo, las violencias racializadas, de género, etc. llegan solo a quien ya está consciente de estas realidades: el teatro se ha vuelto una especie de misa donde todos vamos a rezar y reforzar lo que ya creemos de antemano, afirma. Nos recomienda la lectura del libro de Pablo Stefanoni “¿La rebeldía se volvió de derechas?” y nos invita a repensar cómo los artistas liberales pueden alcanzar a un público fuera de sus capillas.